08/04/2013 16:40:00
Durante dos años y medio, Margot Wölk temió por su vida. En una entrevista confesó que detestaba profundamente al Führer: "Nos tenían encerradas como animales y nos vigilaban", explicó la mujer de 95 años, que después de la guerra se reencontró con su marido, con quien no pudo tener hijos por haber sido violada en reiteradas ocasiones por los militares.
Una de las catadoras oficiales de la comida de Adolf Hitler, Margot Wölk, tuvo que aprender nuevamente a disfrutar de la comida y sólo ahora, a sus 95 años, se atreve a recordar públicamente el miedo que sintió durante más de dos años, al pensar que cualquier bocado podía ser el último.La mujer, que vive en el oeste de Berlín, en el departamento donde nació, fue reclutada a los 24 años por las SS cuando se instaló en casa de su suegra, en la idílica localidad de Gross-Partsch, en Prusia Oriental (hoy Polonia), según publicó la edición digital del semanario Der Spiegel.
"El alcalde del pueblecito era un viejo nazi. Nada más llegar allí, ya tenía a las SS delante de la puerta anunciándome: '¡Tú vienes con nosotros!'", recuerda Wölk. La joven secretaria había huido del departamento de su familia, destrozado por las bombas, para aterrizar, desafortunadamente, a sólo dos kilómetros y medio de la localidad donde el Führer había instalado su cuartel general, la Wolfsschanze (Guarida del lobo)."Nunca había carne, porque Hitler era vegetariano. La comida era buena, incluso muy buena, pero no la podíamos disfrutar", pues existían rumores de que los aliados pretendían envenenar al dictador nazi, explicó la anciana.
Cada día, a las ocho de la mañana, la mujer era recogida por los esbirros del Führer de casa de su suegra y trasladada junto a otras jóvenes a una construcción de barracas en la que varios cocineros, repartidos en dos plantas, preparaban la comida para el cuartel general. El personal de servicio traía bandejas y fuentes con verdura, salsas, pasta y frutas exóticas que debían ser catadas por las muchachas y Wölk se veía obligada cada día a poner su vida en juego por un hombre al que detestaba profundamente. No obstante, jamás pensó en huir, pues no tenía a dónde. Su departamento familiar en Berlín había quedado dañado por las bombas aliadas, su marido Karl estaba en el frente y desde hacía dos años no tenía noticias de él, por lo que lo daba por muerto. "Al menos en Gross-Partsch tenía a mi suegra y una cama en la que dormir", recordó.
Con el atentado del 20 de julio de 1944, en el que el Führer apenas se hizo "un par de morados", lamenta Wölk, los nazis extremaron las medidas de seguridad en torno al cuartel general y las catadoras fueron obligadas a abandonar sus casas e instalarse en una escuela vacía en las proximidades de la Wolfsschanze. "Nos tenían encerradas como animales y nos vigilaban", explicó la mujer, quien además fue violada por un "viejo cerdo" oficial de las SS, según relató con la voz cargada de desprecio.
Cuando el Ejército Rojo se encontraba a pocos kilómetros del cuartel general de Hitler, un teniente la sentó en un tren rumbo a Berlín y le salvó la vida, pues más tarde Wölk se enteró de que sus 14 compañeras catadoras fueron fusiladas por los soviéticos. Logró salvar la vida una segunda vez, cuando el médico que la acogió en Berlín negó a las SS que la fugitiva que buscaban se encontrara en su consulta. No obstante, al regresar a su departamento de Berlín, cayó en manos del ejército rojo y fue brutalmente violada durante dos semanas, hasta el punto de que las graves lesiones le impidieron tener hijos más tarde, explicó con dolor. "Estaba tan desesperada... Ya no quería vivir", susurró la anciana, quien recuperó las esperanzas cuando en 1946 se reencontró con su marido Karl, con quien compartió, a partir de entonces, 34 años.
Durante años no quiso hablar sobre lo ocurrido en Gross-Partsch, "aunque nunca dejé de tener pesadillas" relató.