11/03/2015 18:28:00
Se trata de un enorme palote al que han llamado “langosta de árbol” por su tamaño y dureza. Después de una invasión de ratas en la Isla de Lord Howe, en la costa australiana, se creyó durante décadas que todos habían desaparecido, hasta que encontraron sus vestigios a 19 km de la isla y unos científicos se empecinaron en salvar la especie.
A 19 kilómetros de la Isla de Lord Howe, en la costa pacífica de Australia, se encuentra un islote deshabitado llamado Pirámide de Ball. Es la erosión de un volcán que emergió del océano hace siete millones de años. Su nombre viene del primer hombre europeo que la divisó, en 1788, y la describió como una angosta, puntiaguda y única roca de 562 metros de altura.
Durante años este territorio fue un misterio, pero hace un par de años fue el escenario de un gran descubrimiento. Según publica el medio
National Public Radio, dos escaladores encontraron, a 68 metros de altura, en una superficie de la enorme roca, un pequeño, largo y delgado arbusto. Bajo su tierra fértil descubrieron lo improbable: una especie que se creía extinta hace más de 80 años. Cómo llegó ahí, todavía es un enigma.
El origen
La historia comienza así: Durante el siglo XIX y comienzos del XX, la Isla de Lord Howe era el hábitat de un insecto famoso por ser grande. Era un palote, uno de esos bichos que se camufla como ramas de árboles. El de esta isla era tan grande –como la palma de una mano- que los europeos lo denominaban “langosta de árbol” por su tamaño, dureza y parecido con el crustáceo. Medía unos 12 centímetros y eran insectos de gran peso.
Un día, en 1918 un buque de suministros, el S.S Makambo de Gran Bretaña, varó cerca de la Isla de Lord Howe y tuvo que ser evacuado. Un pasajero se ahogó, pero otros dos llegaron a la costa. Nueve días se demoraron en reparar el Makambo, y durante ese tiempo, algunas ratas lograron escapar del barco a la isla y encontraron un delicioso festín: las langostas de árbol. Dos años después, las ratas de propagaron por toda la isla y los palotes desaparecieron.
A mediados de 1920 ya no había ningún rastro de ellas. Para 1960, el insecto de la Isla de Lord Howe, el
Dryococelus australis, se presumía extinto.
Sin embargo, durante esa época había un rumor que daba vueltas entre los escaladores. Varios de ellos encontraron cadáveres de esta especie en la Pirámide de Ball en la década del 60’. Comentaron que se veían “recientemente muertas”, pero como estos palotes son nocturnos, nadie se atrevió a ir a buscarlos en completa oscuridad y el caso se dio por olvidado.
Los últimos de su especie
Cuatro décadas más tarde, en 2001, dos científicos australianos, David Priddel y Nicholas Carlile, y sus asistentes quisieron desvelar el misterio y se dirigieron al islote. En la costa de la altísima roca vieron algunos rastros de vegetación que podría haber anidado a los palotes, pero no encontraron nada. Subieron a casi 150 metros y encontraron algunos grillos. Nada especial. Pero al bajar, en una precaria e inestable superficie vieron un único arbusto que salía entre una grieta y bajo él, fecas frescas de un animal que parecía ser grande.
Esperaron y nada. Pero recordaron que el palote era nocturno y Carlile decidió ir de noche a escalar la Pirámide de Ball. Se dirigieron al lugar del arbusto con linternas y encontraron a dos enormes, brillantes y negros insectos. ¡Eran los palotes extintos! En esa única planta encontraron a 24 de ellos, todos reunidos bajo ella.
Un par de años de estudios revelaron que esta veintena que quedaba en la Pirámide de Ball, eran los últimos seres de la especie vivos, en el mundo entero. Cómo llegaron ahí aún es un misterio, pero las teorías científicas australianas asumen que algunos viajaron con pájaros o en las pequeñas embarcaciones de los pescadores, pero lo cierto es que nadie entiende cómo han sobrevivido durante tantos años en un espacio tan reducido de vegetación.
Recuperación y crianza
Los científicos quisieron que algunos de estos palotes fueran monitoreados, protegidos y puestos en un programa de cautiverio y crianza. Pero no fue muy fácil. El gobierno australiano no sabía si las especies del islote se podían sacar o mover de su hábitat natural. Dos años de estudios, procesos burocráticos y reuniones concluyeron en que sólo se podían retirar cuatro palotes de la isla. Y no más que eso.
Para el 14 de febrero de 2003, los científicos volvieron al lugar y sacaron un macho y una hembra de su territorio para pasárselos a un criador en Sydney que se familiarizaba con los procesos de estos insectos. Lamentablemente, tras dos semanas, la pareja de palotes murió.
Sólo quedaba una oportunidad. Le pusieron Adan y Eva a los otros dos palotes que sacaron de la Pirámide de Ball, y los llevaron al criadero de invertebrados a cargo de Patrick Honan en el Zoológico de Melbourne.
Al principio todo parecía bien, los insectos se adaptaron y Eva puso huevos, tal como se esperaba. Pero días después, la hembra se enfermó. Honan temió lo peor y estuvo noches enteras velando por el bienestar de la especie de Eva. Según lo que el biólogo Jane Goodall escribió en la revista Discover: “Patrick, en la desesperación y basándose en su instinto, cocinó una mezcla que incluía calcio y néctar, y comenzó a alimentar a su paciente. Gota a gota, en la palma de su mano”.
Y la salvó. Su recuperación fue casi inmediata y sus huevos pudieron ser incubados, aunque sólo 30 de ellos estaban fértiles. Así se creó la primera camada de la nueva población de palotes, ahora en el zoo de Melborne.
Para 2008 ya había más de 11 mil huevos incubándose y alrededor de 700 adultos en cautiverio. Ese fue el momento clave en que se cuestionaron si ya era tiempo de liberar al palote en su hábitat de origen: la Isla de Lord Howe.
El problema no es sólo uno. Primero, la descendencia de esas ratas de 1918 sigue en la isla, por lo que habría que hacer un intensivo y caro programa de aniquilación de ellas. Los habitantes no estarían en contra de esta moción, pero no todos están de acuerdo con la idea de compartir su territorio con enormes y duros insectos que se arrastran. Por lo mismo, el Museo de Melbourne lleva meses haciendo una campaña para cambiar la percepción que se tiene de estos inofensivos animales.
¿Volverán a la isla después de todo este tiempo?